viernes, 24 de diciembre de 2010

Me gusta el vino tanto como las flores

Cuando me preguntan de dónde soy me gusta decir: "de Soledad, San Luis Potosí", en ocasiones sólo digo: "de San Luis Potosí", aunque también en otras digo: "de Soledad de Graciano Sánchez, San Luis Potosí", eso sí, casi nunca digo: "de San Luis", pues luego se confunde con "de la Paz" o con "Río Colorado".

Mi acta de naciemiento es muy clara y dice dónde fui registrado, que es el mismo lugar donde viví los primeros 19 años de mi vida; urgando en mi pasado, no puedo omitir que durante los primeros 2 ó 3 (cuando mi cabello me llegaba a la cintura) prácticamente vivía en casa de una vecina quien me cuidó como a su hijo por ese tiempo. Actualmente vivo en un pueblecito muy cómodo, aunque a veces algo cansado de andar; aquí estudio, extraño y bailo salsa.

El tema que quiero abordar, en realidad, no es "de dónde soy" o "de dónde eres tú", el tema es "de dónde sientes que eres". Los lugares mencionados me regalaron paz, amistad, amor, felicidad, fe (omito los presentes negativos que se me han otorgado), pero hay otros que también nos dan cosas como esas y no es necesario que hayamos habitado en tales. Quisiera poder decir que soy de la hermosa huasteca, la tierra del huapango y el zacahuil, tierra de gente muy amable, algunos con panzas tan grandes resultado de la simple ecuación: cerveza + comida deliciosa, otros tan delgados por el duro trabajo y el sabrosísimo calor húmedo del selvático recinto, ni hablar de las bellezas de la husteca potosina, mujeres geniales que siempre saben sonreir (y, siendo insistente, ¡qué manera de cocinar!), paisajes que dan luz al corazón del país, en fin; si somos de donde nos sentimos, he de ser como (de menos) 40% huasteco. También se me viene a la mente un lugar bastante menos visitado, aquel pueblecito en el Estado de México de donde lo que más recuerdo es el amor de las personas que me reciben cada que tengo oportunidad de ir, el exquisito helado que viene de regalo con una sonrisa en los días santos, los tlacoyos más ricos que se han hecho y al ancenstro Tlaloc, dios náhuatl de la lluvia que da al lugar un misticismo único. La tierra que me vio nacer se lleva el mayor premio (yo), pero aún así, existen ciudades, poblados, ranchos, que lo que me han dejado no se olvida, por el contrario, se nutre y se celebra para que, al regresar pueda darles un poquito de lo aprendido.

Incluso en tu ciudad debes tener más de una casa, aquella en la que siempre serás bienvenido, donde tu amigo(a) te cubriría de la lluvia, alguna plaza o parque o bar en el que te has querido quedar más de una vez, una cama de la que preferirías no levantarte, un par de brazos que quisieras que nunca te soltaran.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Te llamé ternura

Esperarte siempre es difícil de algún modo. Cuando te espero, algunas veces, el tiempo pasa muy lento y el resto de las veces pasa muy rápido (quisiera que de vez en cuando sólo pasara); cuando es muy temprano el tiempo decide ir lento, tan lento que intento, simplemente, dejar de esperar, sólo sigo ahí sin pensar, para que cuando tú llegues pueda creer que ha sido una linda coincidencia o que sabías que estaría por ahí y tuviste el cariñoso detalle de ir a verme; cuando el intento falla me distraigo con lo que vea o escuche (casi nunca con lo que huela, toque o deguste), veo a la gente, escucho de qué hablan, a los niños, a los perros, una vez escuché un cerdo y más de una he escuchado ovejas, intento leer cosas que mi miopia no me permite, en fin, lo que sea con tal de no pensar en mis pensamientos. Cuando es algo tarde el tiempo va super rápido, el muy maldito quiere que me enoje contigo porque llegarás más tarde aún, el tiempo se acelera y no hay quien lo detenga, así, para cuando apareces han pasado 25 ó 30 minutos desde que llegué, como 40 minutos después de la hora que acordamos vernos, la mayoría de las veces nada pasa, te veo y prácticamente olvido la hora, tus dispulpas son aceptadas sin siquiera saber por qué las pides, sólo en ciertas circunstancias el tiempo se sale con la suya y acabo diciéndote un par de cosas por las cuales al final yo soy quien pide perdón.

Hoy en el café barato que frecuentamos es un día especial, merece la pena que te espere, así que primero, ideando una estrategia de distracción decidí verme en el azucarero, donde lucía más despeinado de lo que en realidad estoy, después de un rato observando cada rasgo borroso de mí reflejo al mismo tiempo que hacía muecas, el mesero, que no me había atendido cuando recién me sente, se acercó a mi mesa y como con mucha prisa me aventó un café que no ordené (claro está, pues no me habían atendido), se lo hice notar, tomó la diminuta taza (debió ser algo bien cargado) y se fue murmurando algunos números, los de las mesas supongo; luego me le quedé viendo al bebé que llevaba la joven de la mesa contigua (hasta ahora pienso en la edad de la chica, calculo unos 19, máximo 21), el pequeño estaba más rosa que Lola de Plaza Sésamo y babeaba como mastín napolitano, me aburrí de mis propias bromas y absurdas comparaciones y me di cuenta de que todavía no tomaban mi orden (aunque creo que no tenía ninguna), sin darle importancia y, aún, tratando de no pensarte saqué mi libretita y una pluma, empecé a escribir. Hasta ahora ha salido bien, lo que he pensado en tí no me tiene molesto ni amargado. Oh, vienes llegando, llegaste.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Tráigame un poco de perspectiva

Sucedió una vez, en un lugar nada lejos, bueno, depende de la perspectiva: a unos 20 minutos en camión urbano o casi cuatro horas y media en un pollero que pasa por Dolores; les decía, sucedió que aprendían de idiomas algunos roedores y otras criaturas de menos índole en nuestra historia; la lección del día pretendía enseñar cómo negar la posesión de algo; se empezaron a formular enunciados por parte los alumnos que incluían a los presentes: "no tengo leche", "doña Francia no tiene el cabello negro", "don Alemania no tiene balón" y seguían. Cuando fue turno del sarai (roedor guadalajuatense de carácter amigable) dijo cualquier bobería que le vino a la cabeza: "el castor II no tiene dientes", pero sin saberlo, había acertado.

El castor II era una cosa normal, ni mucho ni poco, ni para comerse el coco, que cuando niño había sufrido un accidente jugando a castores y mapaches, accidente en el que perdió los dos dientes superiores incisivos centrales (como quien dice: los dos de enfrente (por cierto: aún no sé quién "dice", pero siguen las averiguaciones)). Como habrán de suponer, perder ese par de dientes es terrible para un castor, su habitual trabajo de carpintero se ve truncado, así mismo, su aspecto es desagradable para la mayoría de las casatorcitas, pero este castor había pasado por esas penurias hace mucho lo que le llevaba a tomar con mucho más humor del creíble la incómoda situación vista en la clase, de modo que el episidio pasó sin más, sólo para quedar en algún rincón de la mente de dicho castor pero en un importante sector de la memoria del sarai (y es bien sabido que los sarais tienen memoria de elefante), que la obligaba a sentirse culpable y avergonzada.

Tiempo después, el sarai hizo que el castor II (cabe mencionar que eran grandes amigos) recordara, con esfuerzo, aquel momento en clase de idiomas y fue entonces que se dieron cuenta que, desde la perspectiva del chimuelo, aquel incidente no tenía ninguna consecuencia negativa, ni le creó molestias, en cambio, la persepectiva del sarai dejaba un vacío en su estomago y pensaba que el castor se había ofendido.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Décimas conquistadas

Conquistar a una dama
es realmente complicado
aún para un enamorado
o un don Juan de buena fama;
las cosas que ella reclama
nadie jamás las va a lograr,
pero si quieres un lugar
a su lado o si no: mueres,
dile pronto que la quieres
si no te la van a ganar.

Uno empieza despacito
diciendo cosas bonitas,
regalando florecitas
o invitando un cafecito.
"Inventando tanto mito
con esto sí me la ligo,
seguro quiere conmigo
hoy le digo aunque me pise"
pero antes ella te dice:
"eres mi mejor amigo".

Una vez que la conquistas
crees que ya te quedó a modo,
que dirá: "dámelo todo,
por favor no te resistas".
Todavía no te desvistas,
no seas tonto, no te aloques
será mejor que te enfoques
en un plan a largo plazo
pues aún en el mejor caso
no dejará que la toques.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Soledad entre la gente

Nunca me aseguré de si era hora de irme, salí muy temprano por la mañana (temprano guanajuatense, habrán sido las 7:30 am) y ni siquiera tomé mi bolsa, aquella con la que siempre salgo, definitivamente estaba distraido. No tenía muchas ganas de llegar a ningún lugar así que, dándome cuenta, mis pasos se alentaban a cada momento. A pesar de la hora, ví a un par de niños corriendo (corrían a la par, nadie perseguía a nadie), ambos usaban sólo shorts y playera (diré: de agodón) con tenis poco menos gastados que los míos, sólo uno de ellos llevaba calcetines, no se veían con prisa pero tampoco parecía que estuvieran jugando; también vi a un señor en bici, estaba detenido, con los pies en el piso pero aún así en la bici, recargado sobre el manubrio de su bici más bien verde (la bici, no el señor), hojeaba uno de los tabloides que se producen en esta ciudad que, como siempre, tenía un título algo folclórico con letras amarillas, el de aquella mañana decía: Palmera mata a jornalero (descarto todos los pensamientos que tuve pues no caben en los márgenes de este blog); muy cerca de la parada del camión que me llevaría a mi destino (o al menos, al destino cotidiano) estaba otro señor, éste tenía una expresión entre triste y enojado, atreviéndome a adivinar: no tenía ganas de seguir con su rutina, era jueves, estaba harto y cansado de lo mismo cada día, ya que me creí mi cuento me quedé pensando si eso era todos los días o sí (como a muchos) el fin de semana lo revitalizaba; después de mi análisis giré un poco la cabeza menos de 30° a la izquierda y muy cerca de la esquina estaba una mujer cuarentona con tres niños y una niña, ella era la más grande con unos 11 años, no más, mientras que los varones tenían mínimo 5 y no pasaban de los 8, las supuestas edades de los pequeños me hicieron dudar de que la señora que los acompañaba fuera madre o abuela de todos, además de que nunca habló con uno de ellos (el más joven, tal vez); a los demás les grito un par de veces por bajarse de la banqueta y en otras dos o tres ocasiones les limpió la cara con saliva y su propia mano; la mujer no parecía ansiosa por tomar el camión o un taxi, sólo etaban ahí parados, como si hubieran llegado a tiempo y alguien más fuera a encontrarse con ellos.

Esperé por un rato el camión pero luego pensé que no quería llegar al que en ese momento dejó de ser mi destino. Me senté en una banca donde ví cómo despertaba la ciudad; a diferencia de todo lo narrado hasta ahora, nada volvió a absorver mi atención, quedé absorto pensando en detalles de mi vida que omito en el relato, principalmente porque olvidaba uno justo cuando llegaba el siguiente pero el último que tuve se fue por una razón diferente. Una joven llamó mi atención, estaba del otro lado de la calle, y si quería conservar mi lugar (y no seguirla) y a la vez apreciarla debía poner atención, pues su camino, claramente, no era el mío. Su pose era algo visto pero aún así me atrajo, su andar, en cambio no lo recuerdo de ningún otro lado, era una mezcla de seguridad y desdén que no me inspiraba confianza, llevaba poca ropa, considerando que el viento soplaba bastante fuerte, una blusa nada espectacular (sé que era clara pero no recuerdo el color preciso), de esas que tienen mangas más cortas que las de los hombres, una palestina que no lo parecía por la manera en que la usaba, una falda apenas arriba de los tobillos y sandalias que no sabría describir, de cabello castaño y tez de un moreno muy claro, no me atrevo a sugerir una edad ("una joven" es lo mas que pude hacer); nunca me volteó a ver y fue entonces (una vez que mi vista la perdió) que me quedé pensando por qué llegué ahí aquel día, divagando, dudando, sin ganas de ir o de regresar, solo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Grande entre los grandes

He de mencionar que nunca he sido muy bueno escribiendo (dirán: "¿entonces qué hago aquí, leyendo a éste, que no es muy bueno escribiendo?), pero espero poder transmitir algunos mensajes que esta vida me ha dado y otros tantos que le he arrebatado.
Este primer "escritito" va con dedicatoria a dos personas grandes entre los grandes que me han hecho parte de lo que ahora soy (y de lo que no soy también). Al primero que quiero mencionar es un ente (humano, en su mayoría) que vaga por estos mismos confines del universo cibernético, alguien muy cercano a mí, culpable de que, siendo las 2:15 am. esté escribiendo en un blog, así como culpable es de que viva donde vivo, coma lo que como y, muchas veces, diga lo que digo. Tal vez no merece la pena que mencione su nombre o apodo (así que no lo haré) pero no porque sea poca persona sino porque no lo necesitarán para conocerlo o reconocerlo. Él (sí, es un "él") me ha dado mucho de lo que tengo y no quiero que vea este blog como una vil imitación de algo que él ha realizado, simplemente ha sido un hermano para mí y no he logrado dejar de seguir su ejemplo, me ha construído y reconstruído durante más de un año; él me enseñó que el agua con la que rellenan garrafones por al rederor de $10 es más dulce que la "de marca", me enseñó que cada día de cada persona tiene al menos un momento "basado" en los Simpsons, juntos aprendimos que lo peor de la borrachera (borrachera es una palabra muy ochentera ¿no?) no es vomitar o la cama-loca sino el ecritorio-loco, nos esmeramos por darle un apodo a cada persona del lugar en el que estamos y descubrimos que es más fácil de lo que pensamos. Con él la vida no es trivial pero siempre he dicho (bueno, siempre desde que conozco Darkness de Los Pericos): "la vida es fácil cuando es aburrida".
Dejándome de cursilerias y homenajes pre mortem, ahora hago una reverencia y un grito de south american rocker (mientras escribo, ¿¡qué hubo!? ¿impresionados?) como ofrenda al gran "Rockdrigo" González, un maestro del rock, la cultura, el folkore, la vida y, seguramente también ahora de la muerte. Me llena de sentimiento pensar que no tuve la oportunidad de conocerle sobre el escenario o al menos en una retransmisión barata de televisión abierta después de un mes de alguno de sus tokines. Sé que es estúpido, en comparación a su grandeza, decir que gracias a él estos escritos y este bloggero somos Garbanzos Matemáticos (referencia: Tiempo de híbridos - Rodrigo González); sé también que el hecho de que su hija (la de las Anarco-no-sé-qué) le ha fallado gravemente a su apellido ni siquiera debería ser escrito, pues otros lo han hecho ya; decir que me ha marcado con sus canciones y la mezcla cultural que expresa pasan a n-ésimo término pero quiero que quede en el bien claro el enorme respeto y aprecio que le tengo a aquel que no conocí pero que su voz, más grave que aguda, su guitarra y su armónica le regalaron a este país un género musical fascinante, así como la cultura rupestre que si no ha muerto ni se ha transformado más es porque Dios es grande.
Vivan ese arcoiris sideral que nos regala la vida para vivir en este tiempo de híbridos.