sábado, 1 de octubre de 2011

No estoy tan feo

Estoy escribiendo sin escenas inventadas, sin personajes, con poca imaginación, y es porque quiero hablar de ella.

No sé si se da cuenta, si recibe mis miradas cuando sus ojos cruzan o si sólo me ve como al papel sobre su mesa; tal vez se ha fijado en mí, en mi cambio de voz a su lado, en la forma en que le sonrío o tal vez simplemente me ve pasar como a un niño jugando en la calle; en ocasiones se acerca, me habla, me roza o hasta abraza, ¿es ésa alguna señal? No puedo negar que cada vez que sucede algo así mis nervios se alteran, apenas puedo hablar, me tiemplan las rodillas y sudo como si estuviera en un sauna; ¿lo notará? y si lo nota ¿se burlará de mí? Una vez lejos de ella y con tiempo para calmarme, lo único que hago es pensarla.

Pienso mucho en olvidarme de ella y la tonta idea de que me tome la mano, me bese, me quiera. Lo pienso sobretodo porque siento que es la única solución, me alejo, ella me olvida o me omite como la poca cosa que soy y listo, no más dudas ni miradas tontas, ni risas nerviosas.

Hace unas horas, pensando en que olvidarla parecía ser la única solución, recordé una de esas viejas conversaciones de secundaria, cuando uno es de lo más infantil; mi amigo Nicolas, dos años y cuatro novias mayor que yo, me contó la historia de su más reciente conquista; él había reprobado Inglés por lo que presentó un examen adicional para pasar el curso, hubo tal pregunta de la que no entendía una palabra y la maestra dijo que podría usar diccionario traductor si tenía uno consigo, a lo que él respondió que necesitaba ir a su casillero por él, la maestra accedió y lo que él hizo fue pedir uno en otro salón; la historia termina en que aquel diccionario era de la chica que se convertiría en su novia, pero para que así sucediera él no dejó de hablarle hasta conquistarla. Me dijo, pues, que uno no sabe en qué va a terminar algo, un comentario, un encuentro en el colectivo, una sonrisa en el parque, un préstamo en la escuela. Uno puede guiar las cosas hasta ese momento en que se defina lo que alguien siente por ti.

Termino ésta, mi única nota en un diario que compré a principio del año, contando que me dirijo a su casa. La solución estuvo siempre cerca y no es una, sino la solución. No creo estar listo pero ¿quién si? o ¿cuándo se está? lo que sí creo es que no es imposible que ella me esté haciendo caso.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Mucho dolor y paciencia

Lo siento -dijo don Aureliano-, las cosas de amores no se enseñan, le diría que fuera con otro para que le explique, pero es mejor que lo aprenda usted solo-. Aún cuando se negó a contarme acerca de las mujeres o a darme un consejo sobre lo que había estado viviendo las últimas semanas con Ana, duramos platicando hasta las tres de la mañana. La mayor parte del tiempo hablamos del campo, de cómo cuidaba su ganado y sus parcelas, de qué tan lejos podía ir con los burros y con cuánta carga, de la mejor hora para hacer la ordeña, de lo difícil que es saber cuando vienen las lluvias últimamente, en fin; pero en cuanto veía la oportunidad le insistía con los males del corazón y como no queriendo me dio algunos consejos y el que más se me quedó y repito textualmente, es que las mujeres pueden lastimar mucho, pero nunca más que un cuchillo.
En el tiempo más complicado que viví cerca de ella fundé un club que sólo tuvo un miembro, yo. El nombre de dicho club era "La Derrota", así que cuando mis amigos me invitaban un trago, después de aceptarlo les decía: "¿Por qué no? Soy socio vitalicio de La Derrota". Después de un par de carcajadas (que sólo daban los que no habían escuchado aquello) el mejor amigo que he podido tener, Aarón, me tomaba del cuello y muy cerca de mi cara insistía en que callara, me sonreía y me daba unas palmadas en la espalda; entendí el gesto hasta la cuarta vez que lo hizo, cuando añadió: "De vitalicio nada, tú vas a salir del bache y si no te da la gana pues te saco a jalones".
La charla con don Aureliano fue hace dos meses, debo decir que no veo a Ana desde aquella semana, que las cosas que vivimos fueron muy agradables y que la manera en que terminó todo fue repentina y triste pero gracias mi papá, a mis hermanos (dentro de este grupo cuento a mis amigos) y a las sabias palabras de ése a quien llamo "don", me di cuenta de que no hay por qué bajar la cabeza; la trillada frase que dice: "la vida sigue", es siempre tan cierta, es la manera indicada, desde mi punto de vista, de decir que no es fácil superar algunas cosas pero siempre se puede seguir intentando, seguir empujando hasta que los obstáculos caigan, ¿quién tirará esos obstáculos sino uno mismo?

lunes, 25 de julio de 2011

Siempre cerca y siempre lejos

Unos rítmicos golpes en la puerta me sacaron del infantil sueño en que te volvía a ver; me había quedado dormido en el viejo sillón que desentona con el amarillo de las paredes de este cuartito de soltero que, desde hace dos años ha sido sala, cocina, comedor, estudio y dormitorio; ingenuamente, atrapado por mi subconsciente pensaba que al abrir la puerta serías tú, aún cuando no conoces este domicilio. Al ver a los dos vendedores que pasan por el callejón cada tres días con una canasta llena de un pan dulce al que no me había negado nunca antes (más por una afición y la comodidad de la entrega a domicilio que por la calidad del pan), salí de ese trance que me hacía pensar en ti y casi balbuceando rechacé su ofrecimiento y cerré la puerta tras de mí con un nudo en la garganta y esa sensación en la boca del estómago similar a la que me dejan los juegos mecánicos. Volví al sillón sin poder sacarte de mi mente...
Dos años sin vivir bajo el mismo techo, sin recibirte después del trabajo, sin consolarte por las malas pasadas de compañeros y burócratas, sin darte masajes en los píes ni esperar la sopa o té que me dabas para el resfriado; dos años sin saborear el sazón de tu comida, sin escuchar los tacones en el piso de arriba ni percibir el olor de tu perfumen.
Dos años es el tiempo que me ha tomado empezar a asimilar que estamos lejos, cuenta que continúa sin que sepa cuándo he madurado lo suficiente para no tener sueños como el de esa tarde. Un día me parece maravilloso que estés cumpliendo el sueño de ser la mejor en lo que haces y que estés haciendo felices a tantos con tu cátedra y experiencia, pero justo al día siguiente pienso que soy yo más que nadie quien necesita esas cátedras, esas anécdotas que me ayuden a tomar mis decisiones, que me empujen para seguir con la cabeza en alto como sólo a ti te he visto andar.
Sé que aunque lejos, sigues aquí. Sé que me apoyas en cada paso que doy y me mantienes al tanto de los que tu das pero no niego que desde hace tiempo que extraño tus abrazos.
La oscuridad de la noche llegó desde hace varias horas en este mismo cuartito/sala/cocina, dormiré esperando ese mismo sueño pues a veces prefiero la belleza de mi fantasía que la tristeza de la realidad.