viernes, 17 de diciembre de 2010

Te llamé ternura

Esperarte siempre es difícil de algún modo. Cuando te espero, algunas veces, el tiempo pasa muy lento y el resto de las veces pasa muy rápido (quisiera que de vez en cuando sólo pasara); cuando es muy temprano el tiempo decide ir lento, tan lento que intento, simplemente, dejar de esperar, sólo sigo ahí sin pensar, para que cuando tú llegues pueda creer que ha sido una linda coincidencia o que sabías que estaría por ahí y tuviste el cariñoso detalle de ir a verme; cuando el intento falla me distraigo con lo que vea o escuche (casi nunca con lo que huela, toque o deguste), veo a la gente, escucho de qué hablan, a los niños, a los perros, una vez escuché un cerdo y más de una he escuchado ovejas, intento leer cosas que mi miopia no me permite, en fin, lo que sea con tal de no pensar en mis pensamientos. Cuando es algo tarde el tiempo va super rápido, el muy maldito quiere que me enoje contigo porque llegarás más tarde aún, el tiempo se acelera y no hay quien lo detenga, así, para cuando apareces han pasado 25 ó 30 minutos desde que llegué, como 40 minutos después de la hora que acordamos vernos, la mayoría de las veces nada pasa, te veo y prácticamente olvido la hora, tus dispulpas son aceptadas sin siquiera saber por qué las pides, sólo en ciertas circunstancias el tiempo se sale con la suya y acabo diciéndote un par de cosas por las cuales al final yo soy quien pide perdón.

Hoy en el café barato que frecuentamos es un día especial, merece la pena que te espere, así que primero, ideando una estrategia de distracción decidí verme en el azucarero, donde lucía más despeinado de lo que en realidad estoy, después de un rato observando cada rasgo borroso de mí reflejo al mismo tiempo que hacía muecas, el mesero, que no me había atendido cuando recién me sente, se acercó a mi mesa y como con mucha prisa me aventó un café que no ordené (claro está, pues no me habían atendido), se lo hice notar, tomó la diminuta taza (debió ser algo bien cargado) y se fue murmurando algunos números, los de las mesas supongo; luego me le quedé viendo al bebé que llevaba la joven de la mesa contigua (hasta ahora pienso en la edad de la chica, calculo unos 19, máximo 21), el pequeño estaba más rosa que Lola de Plaza Sésamo y babeaba como mastín napolitano, me aburrí de mis propias bromas y absurdas comparaciones y me di cuenta de que todavía no tomaban mi orden (aunque creo que no tenía ninguna), sin darle importancia y, aún, tratando de no pensarte saqué mi libretita y una pluma, empecé a escribir. Hasta ahora ha salido bien, lo que he pensado en tí no me tiene molesto ni amargado. Oh, vienes llegando, llegaste.

4 comentarios: