jueves, 16 de diciembre de 2010

Tráigame un poco de perspectiva

Sucedió una vez, en un lugar nada lejos, bueno, depende de la perspectiva: a unos 20 minutos en camión urbano o casi cuatro horas y media en un pollero que pasa por Dolores; les decía, sucedió que aprendían de idiomas algunos roedores y otras criaturas de menos índole en nuestra historia; la lección del día pretendía enseñar cómo negar la posesión de algo; se empezaron a formular enunciados por parte los alumnos que incluían a los presentes: "no tengo leche", "doña Francia no tiene el cabello negro", "don Alemania no tiene balón" y seguían. Cuando fue turno del sarai (roedor guadalajuatense de carácter amigable) dijo cualquier bobería que le vino a la cabeza: "el castor II no tiene dientes", pero sin saberlo, había acertado.

El castor II era una cosa normal, ni mucho ni poco, ni para comerse el coco, que cuando niño había sufrido un accidente jugando a castores y mapaches, accidente en el que perdió los dos dientes superiores incisivos centrales (como quien dice: los dos de enfrente (por cierto: aún no sé quién "dice", pero siguen las averiguaciones)). Como habrán de suponer, perder ese par de dientes es terrible para un castor, su habitual trabajo de carpintero se ve truncado, así mismo, su aspecto es desagradable para la mayoría de las casatorcitas, pero este castor había pasado por esas penurias hace mucho lo que le llevaba a tomar con mucho más humor del creíble la incómoda situación vista en la clase, de modo que el episidio pasó sin más, sólo para quedar en algún rincón de la mente de dicho castor pero en un importante sector de la memoria del sarai (y es bien sabido que los sarais tienen memoria de elefante), que la obligaba a sentirse culpable y avergonzada.

Tiempo después, el sarai hizo que el castor II (cabe mencionar que eran grandes amigos) recordara, con esfuerzo, aquel momento en clase de idiomas y fue entonces que se dieron cuenta que, desde la perspectiva del chimuelo, aquel incidente no tenía ninguna consecuencia negativa, ni le creó molestias, en cambio, la persepectiva del sarai dejaba un vacío en su estomago y pensaba que el castor se había ofendido.

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