Cuando me preguntan de dónde soy me gusta decir: "de Soledad, San Luis Potosí", en ocasiones sólo digo: "de San Luis Potosí", aunque también en otras digo: "de Soledad de Graciano Sánchez, San Luis Potosí", eso sí, casi nunca digo: "de San Luis", pues luego se confunde con "de la Paz" o con "Río Colorado".
Mi acta de naciemiento es muy clara y dice dónde fui registrado, que es el mismo lugar donde viví los primeros 19 años de mi vida; urgando en mi pasado, no puedo omitir que durante los primeros 2 ó 3 (cuando mi cabello me llegaba a la cintura) prácticamente vivía en casa de una vecina quien me cuidó como a su hijo por ese tiempo. Actualmente vivo en un pueblecito muy cómodo, aunque a veces algo cansado de andar; aquí estudio, extraño y bailo salsa.
El tema que quiero abordar, en realidad, no es "de dónde soy" o "de dónde eres tú", el tema es "de dónde sientes que eres". Los lugares mencionados me regalaron paz, amistad, amor, felicidad, fe (omito los presentes negativos que se me han otorgado), pero hay otros que también nos dan cosas como esas y no es necesario que hayamos habitado en tales. Quisiera poder decir que soy de la hermosa huasteca, la tierra del huapango y el zacahuil, tierra de gente muy amable, algunos con panzas tan grandes resultado de la simple ecuación: cerveza + comida deliciosa, otros tan delgados por el duro trabajo y el sabrosísimo calor húmedo del selvático recinto, ni hablar de las bellezas de la husteca potosina, mujeres geniales que siempre saben sonreir (y, siendo insistente, ¡qué manera de cocinar!), paisajes que dan luz al corazón del país, en fin; si somos de donde nos sentimos, he de ser como (de menos) 40% huasteco. También se me viene a la mente un lugar bastante menos visitado, aquel pueblecito en el Estado de México de donde lo que más recuerdo es el amor de las personas que me reciben cada que tengo oportunidad de ir, el exquisito helado que viene de regalo con una sonrisa en los días santos, los tlacoyos más ricos que se han hecho y al ancenstro Tlaloc, dios náhuatl de la lluvia que da al lugar un misticismo único. La tierra que me vio nacer se lleva el mayor premio (yo), pero aún así, existen ciudades, poblados, ranchos, que lo que me han dejado no se olvida, por el contrario, se nutre y se celebra para que, al regresar pueda darles un poquito de lo aprendido.
Incluso en tu ciudad debes tener más de una casa, aquella en la que siempre serás bienvenido, donde tu amigo(a) te cubriría de la lluvia, alguna plaza o parque o bar en el que te has querido quedar más de una vez, una cama de la que preferirías no levantarte, un par de brazos que quisieras que nunca te soltaran.